Nuestra Academia, con el paso de los años, se viene enmarañando en múltiples procesos y comisiones que, al no ser vinculantes y operativas, no han producido mucho. Sabemos de múltiples superposiciones en lo que hacen las comisiones y es normal encontrarnos en discusiones semejantes dentro de comisiones distintas. Tanto los procesos más reconocidos, como el planteamiento de Facultad, el proceso de transformación del programa de arquitectura, el proceso de re-acreditación, los procesos de coordinación y otros, deben articularse, vincularse y ser operativos; no se puede continuar con el traslape de labores ni con el planteamiento de procesos independientes, puesto que el desgaste que ello produce agota a quienes interactúan en éstos y debilitan la posibilidad de propiciar respuestas prontas, contundentes y efectivas.
La Escuela se ha venido atascando; ha caído en un trance de indefinición, de poca trascendencia y poco poder de decisión, es poco ejecutiva, se ha adormecido en el continuar de procesos habituales pero con poca implicación. Cuando se actúa, suelen olvidarse los debidos procesos y se termina cayendo en imposiciones. Se ha olvidado cómo disentir y divergir, cómo discutir y transigir, cómo visibilizar y legitimar acciones… En fin, cómo desarrollar procesos ejecutivos, discutidos, compartidos y decisivos.
La transformación de la Escuela debe ser un proyecto participativo
Ya en otro momento, apuntaba de mis sentimientos sobre la necesidad imperiosa de crear un proyecto que soporte el resurgimiento de nuestra Escuela. No creo en las imposiciones, por más que las quieran calificar de “buenas”; creo en el respeto de las personas y no en los prejuicios. Al seno de la Comisión 2013, en las reuniones a las que se me ha invitado, he tratado de visibilizar mis criterios, defendiendo siempre la importancia de la colaboración, del aporte y de la participación de quienes formamos este evento llamado Escuela. No puedo entender ni apoyar posiciones desde las que se pretenda imponer sin convencer. Nuestra Escuela, desde hace muchos años, viene requiriendo de un planteamiento serio que nos permita definir, en conjunto, un rumbo; no es posible que se siga improvisando o ejecutando correctivos parciales y mucho menos ejecutando acciones poco justificadas y menos mediadas.
Comprendo y entiendo que los períodos de dirección pasan por altos y bajos, reconozco que al inicio de estos períodos es habitual la colaboración espontánea y voluntaria de muchas personas y que esta algarabía de participar se va diluyendo con el pasar de los años. Siento que la actual dirección no ha escapado de dicha conducta. Pueden ser muchas las razones por las que se ha fomentado la lejanía y la poca participación de las personas. Pero este momento de transformación por el que discurre la Escuela requiere de la participación de todas las personas que puedan aportar al proceso; veo difícil, actualmente, que la continuidad en el puesto de director permita esa participación necesaria y urgente. Es necesario, a mi parecer y el de muchos otros, la urgencia de un cambio, que con nuevos bríos conduzca y legitime los procesos necesarios para lograr la transformación que todos y todas deseamos. A la actual dirección se le tendrá que reconocer como el período en donde se culminó con 10 años de proceso para lograr la acreditación; se le deberá recordar como la que inició el proceso de constituirnos en Facultad; deberá reconocérsele su labor para fomentar relaciones con otros órganos universitarios y tendría que asociarse a algunos otros logros, pero, igualmente, debería reconocerse el final de su período.
Estudiantes y docentes vemos cómo, paulatinamente, la Escuela y sus actores se han venido fragmentando. A lo interno, es fundamental retomar un sistema en donde el ser humano y su entorno, la Escuela y programa, el docente y el estudiante se perciban como un todo en el que se complementan, dentro de un enfoque pedagógico auto-consciente en su progreso. Debemos buscar que las personas que participan del evento Escuela (docentes y estudiantes) veamos superados el adormecimiento de la imaginación, la limitación en el desarrollo del pensamiento propio, el congelamiento de la inventiva y de la creatividad, el poco o nulo afán investigativo y la utilización de conocimientos meramente librescos. Es imprescindible que retomemos un proceso de liberación de actitudes, valores y convenciones poco cuestionadas, en un proceso que fomente en cada persona el entenderse responsable de su rol en los eventos pedagógicos, fomentando la participación efectiva en la problemática social y ambiental, creando así una mayor conciencia.
